lunes, 10 de febrero de 2014

EL ZORRO Y EL CUERVO


Con sus negros y legañosos ojos, el cuervo observaba al zorro que se hallaba en el suelo, allá abajo. Lo miró saltar una y otra vez al árbol en que él estaba posado, chillando desaforadamente. Los demás cuervos graznaban alarmados, desde las ramas altas, hasta que aquel clamoreo llenó los aires. Pero el cuervo negro callaba, porque sujetaba con fuerza en su pico un gran trozo de queso amarillo.
Cuando el astuto zorro comprendió, por fin, que no podría alcanzar el queso del cuervo, trató de obtenerlo de algún otro modo.
-¡Mi querido, mi queridísimo cuervo! -le dijo suavemente-. ¡Oh beldad del bosque! ¡Tu fuerza es mayor que la del águila de anchas alas, tu vuelo tiene más gracia que el de la golondrina, tu reluciente plumaje negro brilla más que el del pavo real! ¡ Lástima que, aunque tienes todos esos dones, la naturaleza se haya negado a darte una voz!
Los negros ojos del cuervo habían centelleado de alegría ante la adulación del zorro, pero sus últimas palabras lo irritaron. ¿Qué quería decir al afirmar que no tenía voz?
-Quizá esto último sea falso -dijo el zorro en tono amistoso-. Puede ser que el envidioso ruiseñor haya difundido esa mentira para desterrar del bosque la única voz que puede superar a la suya en belleza. Ojalá quisieras cantar, aunque sólo fuese unas pocas notas, hermoso cuervo, que me permitieran oir la música de tu canción.
E hizo chasquear sus labios, como un anticipo del deleite que iba a sentir.
La exhortación del taimado zorro resultó demasiado fuerte para la vanidad del cuervo.
Graznó sonoramente, el trozo de queso se le cayó del pico, y el zorro lo atrapó y se fue con él.
-Si tu sentido común hubiese sido la mitad de grande que tu vanidad, tendrías aún tu queso -dijo el viejo cuervo negro que encabezaba la bandada.
Y graznó, disgustado, levantando el vuelo.

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