jueves, 15 de mayo de 2014

Puro teatro

Puro teatro

Aldea y páramo. Sol de ocaso. Padre e hijo están sentados en la linde del camino que conduce al cementerio. Sobre la tierra húmeda, los gusanos avanzan gracias a las contracciones de una capa muscular subcutánea.
HIJO: Padre.
PADRE: Dime.
HIJO (Alargando el brazo y señalando el horizonte): Mira aquel molino.
PADRE: ¿Dónde ves tú un molino?
HIJO: Allí.
PADRE: Aquello no es un molino, hijo.
HIJO: ¿Qué es, entonces?
PADRE: Un gigante.
HIJO: ¿Un gigante?
PADRE: No hay duda. Fíjate bien. Ahora está quieto, oteando el paisaje. Pero dentro de un momento se pondrá  a caminar y a cada zancada avanzará una legua.
HIJO (Tras un intervalo de silencio): Padre.
PADRE: Dime.
HIJO (Con voz compungida): Yo no veo que sea un gigante.
PADRE: Pues lo es.
HIJO: ¿Un gigante con puertas y ventanas? ¿Un gigante con tejas y aspas?
PADRE: Un gigante.
HIJO (Tras una pausa): Padre.
PADRE: Dime.
HIJO: Yo solo veo un molino.
PADRE: ¿Cómo? ¿Un molino?
HIJO: Sí, un molino. El mismo de siempre.
PADRE (Con voz grave): Tomás.
HIJO: ¿Qué?
PADRE (Volviendo lentamente la cabeza y mirando en derechura a los ojos del hijo): Me preocupas.
Silencio. Padre e hijo permanecen inmóviles sin cambiar ya más palabras. Llega por fin la noche y la luna se enciende.

Porque hay  intervenciones y acotaciones.
Porque el hijo veía lo que el padre no.

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